Nicerato, masculino, 31 años. Abre los ojos, la luz de la lámpara de tungsteno en le techo le baña el rostro y dilata sus pupilas, se pone nervioso, su corazón ya no late de 180 a 130, respira la estela de medicamentos del cuarto, voces y zapatos, comienza a recordar.
Fue una noche demasiado larga, la tos arreciaba en el pecho, mucha lluvia en la cuidad, sin compañía la mente vuela y los peores síntomas se asientan para abrir paso a cualquier delirio.Nicerato, un hombre común de clase media que vivía en una casa de alquiler no puede dormir, una substancia coloide emerge desde alguna parte de su esófago y se detiene a mitad de la garganta, se levanta de su cama poseído por una hola de tos a punto de desgarrarlo. Al fin decide buscar una medicina instantánea, come un poco de ungüento de eucalipto, entre el sueño y la ansiedad se da cuenta que necesita la mano de una compañera que le ayude a este tipo de tareas, quizás una voz de confort, dulce, quizás amable. La tos por distintos lapsos lo acosa, espera a que sus párpados languidezcan y acuchilla su tórax embravecida. La lluvia en la calle no cede, en algún instante el cansancio lo vence, cae arrodillado con el vientre frío.Luego del silencio, esta de pie en medio de una calle desconocida pero familiar, no llueve y a su alrededor no hay nadie, camina mientras se observa de lejos, de súbito le falta el aire y comienza a convulsionar hasta morir, se mira agonizando.Despieta en sobresaltos, abre los ojos, los rayos de sol del lunes invaden su habitación y es la hora de desplazarse al trabajo.
Decide salir muy temprano, camina hacia su auto que se encuentra enfrente de la casa, no llueve, no hay tráfico por las vacaciones de julio, la contaminación visual de la propaganda electoral, olvidada, son cabezas gigantes que cuelgan de un puente, de un poste, de una azotea. Estaciona su automóvil y entra a comprar antibiótico en una farmacia del centro de la ciudad, la tos una y otra vez. Hay ocasiones en que el destino acusa nuestra presencia y el tiempo se encarga de cobrar los saldos vencidos, en medio de una ciudad tan llena de taxis como de personas tristes el corazón de Nicerato irrumpe en desesperación, sus pupilas y el color de su mirada cambian, el aire cada vez se pone mas y mas pesado, la tos esta ocasión golpea en el punto exacto. Regresa al carro, su corazón corre y él intentará alcanzarlo, piensa en lo bello que seria una compañera que le sostenga le brazo, que le de el aliento que en estos momentos se le escapa.Con la voluntad de hacer tonterías que le confiere el enojo, conduce hasta la oficina unas cuadras mas adelante, entra sin registrarse, recuesta su cuerpo sudoroso y agitado sobre un mueble anaranjado, el tiempo cansino aletarga la mañana y curiosamente ya no hay tos, se disuelve con la asfixia de un solitario trabajador que nadie escucha, el ruido cesa.
Nicerato despierta tras los abundantes vómitos y gritos de un paciente que yace a lado suyo, tiene varices esofágicas, es lo que escucha de enfermeros e internistas que intentan controlarlo para introducir una sonda en su nariz, hay manchones de sangre en la cortina que los separa y piensa en su corazón, ya está con él, ya lo siente entre su pecho, sin prisas ni temores. Piensa en las manos de ella tocando su rostro, le gustaría dejar de extrañar esas sensación de calidez, la cercanía de su perfume mientas contempla la jeringa que le suministra el suero, respira profundamente el oxigeno de un tanque. Mira a los enfermeros que cambian las sábanas sucias de algún paciente.Los médicos recorren cada camilla observando los expedientes sin hacer gestos, como si no hubiera nada nuevo, ninguna señal, son fríos generales en medio de al guerra inmutables ante la devastación que se avecina. La sala de urgencias del hospital es la habitación mas triste, es el último resquicio del campo de batalla con la muerte en donde su victoria esta casi anunciada.La enfermera se acerca como gato silencioso: hola Mario buenas tardes, ya esta mejor, debe descansar... y el sueño llega.
Ya es martes, el segundo día, la redención, o quizás la resaca física, todo en su sitio. Nicerato abre los ojos, por un momento todo es silencio, deben ser las tres de la mañana, los ojos de su madre lo encuentran en medio de esa morgue, el día transcurre con las visitas de amigos, de los hermanos sin que llegue esa mujer desconocida con la que tanto sueña. Continúan llegando hombres con las piernas rotas que gritan a los doctores que hagan algo, sobrevivientes de colisiones en carretera. A solas rumbo al anochecer,aprende el idioma de los desahuciados, los enfermos de muerte no hablan, se miran unos a otros, no se pueden reconocer en la palidez de sus pupilas, llenas de temor como cuando se acaba el mundo poco a poco, como cuando alguien se va, se lleva algo vital que nos deja vacíos, ellos se entienden y se solidarizan con su infortunio, se contemplan mientras caen lentamente a un pozo.
El tercer día, miércoles, lo llevan en una silla de ruedas al cuarto de ultrasonido que se encuentra dos niveles arriba, por fin puede ver un poco de luz del día a través de los grandes ventanales, continua nublado pero ya no llueve, los alrededores del hospital son extrañamente apacibles, únicamente suspira, el cardiólogo le dice que su corazón es totalmente sano, que cuide los excesos y que el ejercicio y el sexo son importantes, ríe tontamente. Es la ascensión de Nicerato.
Saldrá del Hospital y continuará en la espera de los ojos que le devuelvan ese mensaje que lanza a cada hermosa mujer, esperará en su almenara de esperanza que su salvadora llegue antes de que alguna complicación respiratoria o su tiempo en este mundo se agote.
NOTA FINAL: ESTE RELATO ES CON MOTIVO DE MI CIRCUNSTANCIAL ESTANCIA EN EL HOSPITAL DEBIDO A UNA ARRITMIA CARDIACA, NUNCA EN MI VIDA HABIA ESTADO INTERNADO. NICERATO ERA OTRO PACIENTE PRÓXIMO A MI CAMILLA, ES UN NOMBRE MUY PECULIAR QUE RECUERDO, SIGNIFICA "AMADO POR LA VICTORIA", SIMPLE CAPRICHO.
sábado, 24 de julio de 2010
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